Es muy placentera, fácil
de realizar y que no tiene ningún tipo de contraindicación. Porque no hay nada
malo que pueda venir de reírse.
La risoterapia es enseñar a reír, es decir, que la persona
aprenda a reír de verdad en aquellos momentos que más necesita, en momentos de
crisis (enfados, problemas, etc.)
Esta risa debe ser una risa que nazca del
interior y se refleje llana, amplia y francamente.

La risa por sí sola no cura, provoca una tremenda liberación
de hormonas, las endorfinas conocidas merecidamente como las hormonas de la
felicidad.
Cuando somos capaces de darle a los demás, cuando ayudamos a que otras
personas sean felices, es en ese momento
somos felices nosotros también.
Muchas veces, como parece demostrarlo
las diversas investigaciones que se han hecho, en el campo de lo humano y
también algunas en el campo de lo físico, el hecho de ser desprendidos también
tiene una recompensa en si mismo.
Además, liberamos serotonina, dopamina y
adrenalina. La explosión de carcajadas provoca algo muy parecido al éxtasis:
aporta vitalidad, energía e incrementa la actividad cerebral.
Es una buena
terapia complementaria a la medicina tradicional.
Ya en el antiguo imperio chino hace más de 4000 años y en la
India había unos templos donde las personas se reunían con la finalidad de
equilibrar la salud.
Ellos no conocían los motivos científicos pero sí
percibían que la risa les ayudaba a estar más fuertes.
Pero fue Norman Cousin (EEUU) en
la década de los 70 quien
experimentó en sí mismo la risoterapia para superar los dolores de artritis
reumatoide.
Comprobó que si antes de acostarse
veía una película que durante
2 horas le hacía reír, dormía la noche entera sin dolor. La risa se convirtió
en su mejor calmante y relajante.
A partir de este momento se marca un antes y un después en
la aplicación de la risa como terapia.
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